Uno de los pueblos más antiguos de la humanidad, un pueblo cristiano con una historia milenaria, pudo desaparecer de la faz de la Tierra. La matanza empezó un 24 de abril de 1915 con la captura en Constantinopla y principales ciudades del Imperio Otomano en la Península de Anatolia de 250 intelectuales, médicos, sacerdotes y profesores. Con el tiempo, tres tercios de la población (un total de 2 millones; las autoridades turcas no reconocen más de 600 mil muertos) fue sistemáticamente eliminada en lo que fue un preludio de lo que hicieron los nazis. La justificación. “son una amenaza para la seguridad nacional”.

Desde la Guerra de Crimea (1853-1856) y la Guerra Ruso-Otomana (1877-1878); el Imperio Otomano mostraba su declive. Las primeras derrotas en la Primera Guerra Mundial (derrota del ejército otomano ante las tropas rusas en el Cáucaso en 1914), hacen que los turcos sospechen de los armenios como aliados del enemigo. El ejército y tropas irregulares, compuestas principalmente por kurdos; quemaron, fusilaron y organizaron largas caravanas hacia el desierto de Siria e Irak donde la población civil murió de hambre y de sed. Para Mustafá Kemal Ataturk, (1881-1938) fundador de la República de Turquía, no se trató de un genocidio sino de una necesidad.

Armenia (primera independencia del Imperio Otomano 28 de mayo 1918, segunda independencia de la URSS 21 setiembre 1991) es hoy un país de 29 mil km2 (puesto 138 del mundo en tamaño- un poco más grande que el departamento de Pasco), con una población de 3´215,800 habitantes (puesto 135) que disfrutan unos US$ 2,840 per cápita.

Armenia y Turquía comparten 268km, no tiene relaciones diplomáticas y el intercambio comercial es nulo. Los pasos fronterizos están bloqueados y la navegación por los ríos que demarcan el límite, están vigilados. Pero lo peor es el bloqueo social y mental entre estos dos pueblos.