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LA ALIMENTACION REFLEJA DIFERENCIA DE GÉNERO

Género y comida

Publicado: 2015-06-10

El cerebro de un hombre y una mujer tienen cableados distintos. No hay duda. Pero lo que tenemos que darnos cuenta es que lo mismo sucede con nuestros estómagos. Los dueños de restaurantes o bares lo saben muy bien.

El hombre goza más con la comida, no tiene peros al momento de ordenar. Las carnes (no sólo la humana) son su debilidad. Las mujeres están preocupadas por cuidarse, cuentan las calorías y van por las ensaladas, el pescado, la pechuga a la plancha.

Para los hombres, no sólo importa lo que comemos pero también cuánto comemos. ”Bien taipá” es la consigna. Para las mujeres hay que hacer un lienzo con lechugas y betarragas que cubra la nada del plato.

Los estilos de vida y los patrones que nos impone la sociedad tienen que ver con nuestra selección. Pero también el cableado de nuestros cerebros y la carga hormonal. Para el hombre, la alimentación es combustible para trabajar y producir para la familia. Para la mujer, la alimentación debe ser lo suficiente para no enfermarse, cumplir su rol de madre, esposa, profesional; y seguir siendo bellas para su pareja.

Es que finalmente no hemos cambiado en 10 mil años de homo sapiens a pesar de la sofisticación de la cultura y nuestros avances tecnológicos. Los hombres seguimos siendo los cazadores (por ello nuestro mejor sistema de orientación) y la mujer nos “espera en la cueva” criando a nuestros hijos.

Ahora, los hombres hemos aprendido y a la carne le acompañamos con ensalada. También bebemos bebidas light (aunque haya aumentado exponencialmente el cáncer al páncreas).

Un restaurante de éxito sabe que debe cambiar su carta cada trimestre (aunque nunca sacar los platos que lo hicieron conocido). Lo que se observa es que las frituras están de salida así como las salsas pesadas. El nuevo testigo en la mesa, la jarrita de agua helada.


Escrito por

Miguel E. Santillana

Economista, docente universitario, consultor de empresas y periodista.


Publicado en

La esquina del oso

un blog de Miguel E. Santillana